(...)
-No soy un chivato de esos que señalan con el dedo.
Continuaba tumbado de espaldas. Le cogí la mano.
-Hablando de dedos... -dije, y le rompí el meñique.
El cabrón ni soltó un gemido. En seguida le rompí el anular. Esta vez sí dijo algo:
-Vete a tomar por culo -dijo.
Le rompí otro dedo y me sonrió, con una sonrisa de desprecio. Yo ya tuve una vez un dedo roto, dolía de carajo, hasta hoy es una parte muerta de mi cuerpo, parece un alambre retorcido. Pero yo aguanté también. Lo mismo que aquel zoquete. Él no iba a abrir la boca, conozco a esa gente. Además, yo estaba ya sintiéndome mal torturando a aquel gilipollas, no me gusta hacer sufrir a otros y, por eso, siempre les pego un tiro en la cabeza a mis clientes. He leído un libro de medicina que la muerte es instantánea y sin dolor. Puse el silenciador en la Glock. Le pequé un tiro en la frente, con el cañón apartado porque no quería abrir un cráter en su rostro. Confieso que lamenté tener que matarlo, el tipo aquel tenía cojones.
(...)
El Seminarista
Rubem Fonseca
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