La realidad demuestra que la demagogia, la hipocresía y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.

domingo, 1 de abril de 2012

Prejuicios sociales


La puerta se abre. Asoma un cuerpo, mujer. Pide permiso para entrar. Le hago un gesto con la mano y avanza hacia mí. Se sienta, silla izquierda. Me da su DNI; uñas sucias, cuarenta y tres años. Levanto la vista y observo su pelo alborotado de dos colores. Con el pulso vibrante se desabrocha la cremallera de su roída chaqueta de piel de imitación. Desprende perfume barato, dulzón. Bajo la chaqueta se escondía una camiseta de asillas, corta, estampado de leopardo. Saca de su bolso un papel arrugado. Lo extiende. Me dice con voz ronca y ebria que le enviamos una carta. Su aliento destila bebida blanca. Afirmo con la cabeza. Explicaciones. No está de acuerdo. Saco un impreso para que lo rellene. Dubitativa, afirma que no tiene sus gafas de cerca. Observo sus ojos: ictericia. Dejo que se lleve el documento para que lo rellene en su casa. Lo dobla e introduce en su bolso; papel vibrante. Se levanta, oscila, se despide en un caminar irregular. Siguiente. Hombre, calculo de unos cincuenta. Traje y corbata. Impostadas y fingidas buenas formas. Se acerca a mi mesa. Señalo la silla izquierda que está retirada y se sienta. Afeitado, piel hidratada, perfume denso, afrutado. Abre la boca pero no dice nada. Mira su entrepierna y pone cada de asco. Cambia de silla y me pregunta si la mujer que acababa de salir estuvo entada en la silla de la izquierda. Afirmo con la cabeza. Me hace la consulta, lo atiendo sin ganas.


Paréntesis (Ediciones Idea 2012)
Hosmán Amin Torres

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