(...) Una mañana, aún no había amanecido, unos golpes en la puerta le despertaron. Tres hombres hablaban con Eloísa cuando Goyo llegó al porche. No pudo escuchar la conversación, las voces eran quedas y solo observó sus rostros, sus expresiones faciales envueltas en un murmullo que no pudo identificar con palabra alguna.
Tras parar unos instantes sus pensamientos y casi pronunciando estas palabras en voz de confesión se dijo: "Recuerdo que madre los despidió y sin mediar palabra me abrazó, acarició mi pelo y me miró fijamente a los ojos como nunca lo había hecho antes, diciéndome con los suyos cosas profundas, cosas de su interior que no supe comprender. Tomamos café de pie, ella en sus pensamientos y yo en los míos. En ese momento supe que la tragedia estaba servida". (...)
(...) La letra era de Eloísa. La reconoció al instante. Era una letra hecha con lentitud y fuerza. La letra del que no tiene soltura al escribir. Del que le cuesta a veces hasta comprender que eso que ha escrito es igual a la palabra que suena en su oído. Que no asocia por desconocimiento. Que no ha ido mucho a la escuela. Que apenas sabe leer y escribir. Los tenía en esa cajita y, Goyo estaba seguro, que en más de una ocasión la abriría y se recrearía en las formas escritas, recordando sus rostros, sus caritas de niños. (...)
Tras parar unos instantes sus pensamientos y casi pronunciando estas palabras en voz de confesión se dijo: "Recuerdo que madre los despidió y sin mediar palabra me abrazó, acarició mi pelo y me miró fijamente a los ojos como nunca lo había hecho antes, diciéndome con los suyos cosas profundas, cosas de su interior que no supe comprender. Tomamos café de pie, ella en sus pensamientos y yo en los míos. En ese momento supe que la tragedia estaba servida". (...)
(...) La letra era de Eloísa. La reconoció al instante. Era una letra hecha con lentitud y fuerza. La letra del que no tiene soltura al escribir. Del que le cuesta a veces hasta comprender que eso que ha escrito es igual a la palabra que suena en su oído. Que no asocia por desconocimiento. Que no ha ido mucho a la escuela. Que apenas sabe leer y escribir. Los tenía en esa cajita y, Goyo estaba seguro, que en más de una ocasión la abriría y se recrearía en las formas escritas, recordando sus rostros, sus caritas de niños. (...)
Goyo Gómez (Ediciones Idea 2011)
Ana Padilla
Ana Padilla
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