De seguro que no escribiría, ni me quedaría embobado en un pensamiento. Siquiera fumaría, o bebería. Jamás conocería lo que es la duda, la pena, la ansiedad, la desazón, la miseria, la condena,... Tampoco hubiera fantaseado con los límites de una vida nueva o la espera a un veredicto providencial y reparador. Incluso fantasear no formaría parate de mi vocabulario, sería su mecanismo inarticulable en mi cabeza, y no me ofrendaría promesas ni me empeñaría en quimeras, ni formaría yo mismo parte de lo que hoy llamo humano, y me perdería sin remordimientos, y solucionaría todas las incógnitas a mi favor, y en un arrebato involuntario desharía la urdimbre que nos aprisiona, para que las arañas de la memoria solo tejieran alfombras donde se paseara nuestra inconciencia. (...)
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