(...) No me extrañaba que entendiera a mis perros y no a mis hijos. No me extrañaba que ya no fuera capaz de terminar una novela. Para escribir se ha de amar y para amar se ha de comprender. No volvería a escribir hasta que entendiera a Jamie, a Dominic, a Denny y a Tina, y cuando los comprendiera y los quisiera, amaría a toda la humanidad y mi implacable concepción del mundo se dulcificaría ante la belleza que me rodeaba, y fluiría tan suave como la electricidad por mis dedos y en el papel. (...)
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