La realidad demuestra que la demagogia, la hipocresía y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.

jueves, 29 de julio de 2010

Chéjov reflexionando

(...) Nos hemos acostumbrado a vivir con las esperanzas puestas en el buen tiempo, en la cosecha, en una buena aventura amorosa, con la esperanza de hacernos ricos o de que nos den el cargo de policía, pero las esperanzas de ser más inteligentes yo no las noto en la gente. Pensamos que con el nuevo zar las cosas irán mejor y dentro de doscientos años mejor todavía, pero nadie se preocupa de que este mundo mejor llegue mañana. Por lo general, la vida cada día se hace más complicada y se va moviendo por sí sola no se sabe hacia dónde, y por momentos las gentes son más tontas cada vez y son cada vez más los que se quedan a un lado del camino de la vida (...)

El Pabellón Nº6 - Antón Chéjov
Prólogo de Maxim Gorki

viernes, 23 de julio de 2010

El Sistema

Intento aguantar, sobreponerme. Obviar y olvidar; lo visto, lo vivido, lo imaginado. Pero no puedo, me es imposible. ¿Alguien puede hacerlo? Seguro que sí. La conciencia está hecha sólo para algunos en el mundo de los humanoides salvajes. Sobrevivimos en esta sociedad antinatural y caníbal. Soportamos impávidos la inutilidad, la vanidad, el egoísmo… de nuestra clase política llena de garrapatas humanas de cerebros podridos por la corrupción y la codicia. Y las injusticias, las guerras, la pederastia (con y sin sotanas), el terrorismo, las enfermedades. Pero esta es la sociedad que hemos creado a lo largo de los tiempos, cimentada donde lo espantoso comparte los prejuicios de nuestra existencia. Una sociedad desnaturalizada a la que le han inoculado la estupidez en su ADN. Todo se engloba en El Sistema; la invención de nuevas necesidades, el diseño de nuestro estilo de vida. Todos empleados en el perturbado juego, sometidos a su implacable yugo. ¿Por qué todo cuesta tanto? ¿No debería simplificarse? La gran masa obrera de individuos que subsisten sobre la cinta transportadora de la existencia, encadenados a un trabajo sórdido por continuar activos en el juego. Una hipoteca, los impuestos, el coche nuevo, la ropa de marca. Engordar al lobby financiero; quedar a su merced. Ve y pregúntale a aquel individuo al que tú llamas pordiosero. Sí, al de la barba sucia y descuidada que duerme en el suelo entre cartones meados y vino barato. Oye, ¿estás en el juego? Seguro que si te respondiese te diría que él supo tener visión, sólo que nació en la época equivocada. Ahora tiene que soportar la carga de su existencia.
No me conoces pero por mis letras me estarás etiquetado, me juzgas tachándome de amargado o demente o perturbado. Y quizás tengas razón, porque tarde o temprano, este mundo acaba por convertirnos a todos en locos. Nadie puede salvarse de estar en el juego.

sábado, 17 de julio de 2010

En el barrio

En el barrio, las ratas, las palomas y los gatos quedan para comer. Juntos, todos, al borde de las alcantarillas. Roen, mastican y picotean pan duro, granulado y carne podrida. Se sacuden, agitan, arañan, revolotean por el preciado tesoro que les deja una octogenaria. Cada día esperan pacientes en la misma esquina, como en un ritual primitivo. Cornisas, muros, cables, rejillas; cualquier elemento les sirve de mirador.

7:40; hora de ganarse el pan. Mi coche atraviesa la calle, territorio propiedad de la micro-jungla. Bajo el morro, desaparecen excitadas las palomas ¿Las habré atropellado? No, siempre salen. Hoy hay más que ayer. Siempre hay más que ayer. Siempre más y más. Veo volar junto a las plumas, el polvo y la mierda seca. Mi ventanilla cerrada; menos mal. ¿Fornicarán frenéticamente o acudirán a la cita a través de alguna comunicación animal? Los gatos miran resignados mientras las palomas devoran su festín. Miran como sólo puede observar un animal astuto, esperando a su débil e incauta presa; paloma distraída, paloma perdida, animal muerto. A lo lejos, están los hombrecitos de azul. Funcionarios de la ley y el desorden. Vigilan displicentes los movimientos de la mujer, a la que sólo pueden sancionar. Nada más. Eso hacen. A ella no le importa. Plácidamente recoge la multa y se marcha, sin protestar. La veo alejarse con la cabeza gacha, arrastrando un carro de la compra, con su soledad y su ¿locura? Quizá esto, sólo esto, es lo que la mantiene viva.

Poco a poco, la voy perdiendo de vista. Se aleja, encorvada, empujando el carro de bolsas llenas colgadas a ambos lados y la pesadez que imponen los años. Yo me quedo. Mientras, en el barrio sopla una brusca brisa que mueve hojas, colillas, polvo y plumas que todo lo envuelve. Frente a mí, contenedores vacíos rodeados de escombros, madera y un televisor viejo. Don Paco vigilando el sórdido garaje, desparramado en el viejo sillón, incombustible a pesar de su vejez y acompañado por Marino, con sus ojos impregnados de vivencias e ictericia. A lo lejos, imagino el olor del aliento de los bichos, su vientre satisfecho, incrementando la sensación de encontrarme en las profundidades de una cloaca.

viernes, 9 de julio de 2010

Escribir

(...) Escribir era extraño. Necesitaba escribir, era como una enfermedad, una droga, una fuerte compulsión, sin embargo no me gustaba verme a mí mismo como escritor. Tal vez había conocido a demasiados escritores. Empleaban más tiempo hablando mal unos de otros que en hacer su trabajo. Eran inquietos, cotillas, solteronas; se quejaban, apuñalaban por la espalda y estaban llenos de vanidad. ¿Esos eran nuestros creadores? ¿Siempre fue así? Posiblemente. Tal vez escribir fuese una forma de quejarse. Sólo que algunos se quejaban mejor que otros (...)

viernes, 2 de julio de 2010

El ascensor

Avanzo rápido, mis obligaciones me esperan. Él también me aguarda. Desde dentro sujeta la puerta del ascensor, esperando mi llegada. Entro. Un escueto hola y gracias. Similar respuesta y de nada. La puerta se cierra y busco un hueco en el fondo. Dos pasos. Destino para ambos: planta 0. Origen: planta 3. Extiendo el brazo derecho y pulso el botón. El habitáculo es de unos dos metros cuadrados; imposible respetar espacio vital. Nos separa medio metro de aire, de soledad acompañada. Cara a cara con un desconocido, vidas paralelas, extrañas. Me apoyo del lado izquierdo junto al espejo y quedo frente a él que hace lo mismo. No se quita sus gafas de sol oscuras, ocultando sus ojos, la dirección de su mirada. Yo sí. Ahora las gafas adornan mi cráneo. Nuestras cabezas se inclinan hacia abajo, miran al suelo, a la nada. Intento aparentar relajación pero estoy tenso. El silencio comienza a ser incómodo, pero aún así lo mantenemos. No creo que se inicie ninguna conversación estúpida, insustancial. Bien. Suspiro. Escucho mezclarse el sonido chirriante de las cadenas con mi suave bufido. El desconocido se toca el bolsillo derecho de su pantalón. Suena un leve tintineo; buscaba sus llaves. Por imitación hago lo mismo. Al tacto deduzco que mis llaves no están. Mi móvil sí. Busco en el izquierdo. Las encuentro. Él saca su móvil y pulsa un botón, iluminándose la pantalla. Ninguna novedad. Lo vuelve a guardar. Ambos ejecutamos un ritual rutinario. Por fin llegamos a nuestro destino. El ascensor rebota, se ajusta, se para. Los segundos pesan, se eternizan más que nunca, como si el tiempo se hubiera detenido. Las puertas interiores se abren, vislumbrándose la principal que permanece cerrada. Al otro lado, el viejo mundo y la nueva vida. Un destello de luz externa se proyecta hacia el estrecho habitáculo a través de una pequeña ventana. Nos une la prisa por salir, por escapar de esa barrera invisible de desconexión humana. Espero impaciente a que él se adelante. Lo hace. Empuja firme la puerta con su mano izquierda, saliendo al exterior. Una vez fuera, la sujeta esperado a que yo la alcance. Lo hago. De inmediato se marcha, despidiéndose con una hasta luego. Lo propio por mi parte; adiós vida anónima. Me siento aliviado. Una reconfortante calidez me envuelve; es mi malversada soledad recomponiéndose, retornando a mí. Soy un prisionero que ha recuperado repentinamente su libertad.
El ascensor y su interior, ese lugar en el que nunca un ser humano podrá sentirse tan solo estando tan cerca de alguien.