Todavía, cuando lo recuerdo, siento aquel mal sabor de boca. Y ni siquiera puedo cepillarme los dientes para olvidarme de él. Al contrario, resulta mucho peor. Fue el cepillo de dientes, precisamente, y la cámara de fotos, lo único que no nos robaron aquel fin de semana que decidimos volvernos a Tudela, a ver a los nieticos. Llevábamos ya casi dos meses sin volver, desde que el médico le recomendó a Eulogico un clima más templado y él me propuso comprar un apartamento en Benidorm y arrejuntarnos. ¡A mí, con mis años! Al principio me daba mucha vergüenza, más que nada por mis hijos, porque pensaba que me pondrían de pelandusca para arriba. Pero ellos lo aceptaron con mucha deportividad, yo creo que porque nunca quisieron al difunto demasiado, y Eulogio será lo que quieras, pero al menos no bebe. Ni siquiera ahora, aquí en Benidorm, que con eso de la Viagra se ha vuelto un chavalote, y no le queda tiempo para nada, que cuando no anda con esa cosa tiesa le da por sacarme fotos cochinas. Por eso cuando al volver de Tudela nos encontramos con que los cacos habían entrado al apartamento, fue un alivio saber que al menos habían dejado la cámara, en la cual habíamos inmortalizado nuestros momentos más íntimos. Cuál no sería, sin embargo, nuestra sorpresa cuando Eulogio, al revelar las fotos, descubrió un par de juveniles traseros que evidentemente no correspondían con los nuestros, estriados y pendulones. Los cacos, amén de robarnos, habían tenido la desfachatez de dejarnos aquel souvenir, pero eso no era lo peor, sino que ¿qué era lo que se veía entre sus nalgas peludas hundido hasta la empuñadura? Efectivamente: mi cepillo de dientes. Desde aquel día no he podido quitarme el mal sabor de boca. A Eulogio, por el contrario, cada vez que lo recuerda le da la risa. Pero, claro, él usa dentadura postiza.
Souvenir (Leyenda urbana),
Relato del libro La polla más grande del mundo y otros 69 cuentos
Patxi Irurzun
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