Ya ha pasado un año. Ese día, mi nariz sangraba en una pelea perdida antes de su inicio. Corrí como el cobarde que no desea morir inútilmente (todavía no), al ver ese torrente de cálido plasma que se deslizaba caudaloso por mi cara hasta reposar en mi boca, para después ser expulsado con rabia. Toda esa maldita sangre esputada de furia impotente que acababa por teñir el agua de lluvia que caía. Y sí joder, sí, como un cobarde que hoy sigue aquí, recordando su heroísmo mal entendido.
Hoy también está lloviendo. Pero enseguida el aguacero se disipa y la gente se reagrupa. Cautela exige mi cerebro. A mí alrededor vibra un carnaval de disfraces y representaciones. Todos bailan, ardientes, con sus pies junto a los míos, húmedos en alcohol, agua sucia y orina. La noche se desvanece. La música deja de sonar y mientras, las calles se abandonan con desdén. Mi nariz terminó intacta. Y me marcho, dejando atrás el hechizo de la lujuria. Mi matrimonio es ahora la cautela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario