La realidad demuestra que la demagogia, la hipocresía y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.

sábado, 17 de julio de 2010

En el barrio

En el barrio, las ratas, las palomas y los gatos quedan para comer. Juntos, todos, al borde de las alcantarillas. Roen, mastican y picotean pan duro, granulado y carne podrida. Se sacuden, agitan, arañan, revolotean por el preciado tesoro que les deja una octogenaria. Cada día esperan pacientes en la misma esquina, como en un ritual primitivo. Cornisas, muros, cables, rejillas; cualquier elemento les sirve de mirador.

7:40; hora de ganarse el pan. Mi coche atraviesa la calle, territorio propiedad de la micro-jungla. Bajo el morro, desaparecen excitadas las palomas ¿Las habré atropellado? No, siempre salen. Hoy hay más que ayer. Siempre hay más que ayer. Siempre más y más. Veo volar junto a las plumas, el polvo y la mierda seca. Mi ventanilla cerrada; menos mal. ¿Fornicarán frenéticamente o acudirán a la cita a través de alguna comunicación animal? Los gatos miran resignados mientras las palomas devoran su festín. Miran como sólo puede observar un animal astuto, esperando a su débil e incauta presa; paloma distraída, paloma perdida, animal muerto. A lo lejos, están los hombrecitos de azul. Funcionarios de la ley y el desorden. Vigilan displicentes los movimientos de la mujer, a la que sólo pueden sancionar. Nada más. Eso hacen. A ella no le importa. Plácidamente recoge la multa y se marcha, sin protestar. La veo alejarse con la cabeza gacha, arrastrando un carro de la compra, con su soledad y su ¿locura? Quizá esto, sólo esto, es lo que la mantiene viva.

Poco a poco, la voy perdiendo de vista. Se aleja, encorvada, empujando el carro de bolsas llenas colgadas a ambos lados y la pesadez que imponen los años. Yo me quedo. Mientras, en el barrio sopla una brusca brisa que mueve hojas, colillas, polvo y plumas que todo lo envuelve. Frente a mí, contenedores vacíos rodeados de escombros, madera y un televisor viejo. Don Paco vigilando el sórdido garaje, desparramado en el viejo sillón, incombustible a pesar de su vejez y acompañado por Marino, con sus ojos impregnados de vivencias e ictericia. A lo lejos, imagino el olor del aliento de los bichos, su vientre satisfecho, incrementando la sensación de encontrarme en las profundidades de una cloaca.

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