(...) Hay cosas que un hombre no puede contar a su mujer. ¿Entendería María el apocamiento que había sentido al cruzar aquella preciosa estancia, la turbación que le había embargado al tambalearse cuando sus zapatos gastados, húmedos a causa de la nieve, habían resbalado en el reluciente suelo amarillo? ¿Podía contar a María que aquella mujer atractiva se había compadecido de él? Era verdad: aunque le daba la espalda, intuyó el inmediato desconcierto de la viuda por su causa, por su anómala torpeza. (...)
(...) El hondo sillón de lectura lo encontró voluptuoso y cómodo, un sillón del mundo de la viuda, y se acomodó en él y observó con detenimiento la bonita habitación, ordenada y llena de libros y objetos de adorno. Una mujer culta que se refugiaba en el lujo de su educación. Ella se había sentado en el diván, las piernas gordezuelas enfundadas en seda pura, piernas ricas que hacían raspar la seda cada vez que se cruzaban ante sus ojos maravillados. Le pidió que tomara asiento y charlase con ella. Él se sentía tan agradecido que no podía articular palabra, sólo balbucir gruñidos de alegría ante cualquier cosa que dijera ella, aquella profunda garganta de lujo de la que fluían palabras adineradas y exactas. Comenzó a hacerse preguntas respecto a ella, con los ojos dilatados por la curiosidad que le despertaba aquel mundo protector, limpio y elegante, como la seda cara que concretaba el lujo gordezuelo de sus bonitas piernas. (...)
(...) El hondo sillón de lectura lo encontró voluptuoso y cómodo, un sillón del mundo de la viuda, y se acomodó en él y observó con detenimiento la bonita habitación, ordenada y llena de libros y objetos de adorno. Una mujer culta que se refugiaba en el lujo de su educación. Ella se había sentado en el diván, las piernas gordezuelas enfundadas en seda pura, piernas ricas que hacían raspar la seda cada vez que se cruzaban ante sus ojos maravillados. Le pidió que tomara asiento y charlase con ella. Él se sentía tan agradecido que no podía articular palabra, sólo balbucir gruñidos de alegría ante cualquier cosa que dijera ella, aquella profunda garganta de lujo de la que fluían palabras adineradas y exactas. Comenzó a hacerse preguntas respecto a ella, con los ojos dilatados por la curiosidad que le despertaba aquel mundo protector, limpio y elegante, como la seda cara que concretaba el lujo gordezuelo de sus bonitas piernas. (...)
Espera a la primavera, Bandini
Jonh Fante
Jonh Fante
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