La realidad demuestra que la demagogia, la hipocresía y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.

sábado, 8 de enero de 2011

Amanecer

Se aleja el tranvía. 29 minutos de espera para el próximo. Me acerco resignado al andén de la estación. Dejo caer pesadamente sobre el asiento mi resaca y soñolencia. Párpados de plomo, mi cuerpo es plomo que resiste por inercia.
Junto a mí, hay una pareja. Ebrios, drogados, que más da. Conversan en un lenguaje ininteligible; balbuceos roncos. Ella se recuesta lánguida en su regazo mientras él estornuda y se babea. Toda la mezcla de fluidos acaba en el suelo tras reposar en su barbilla, en sus dedos. Se escucha el rumor seco de la inmundicia descansando en el piso. Chuc, chuc…
El panel señala 25 minutos. Llegan dos chicas a la parada. Comparten un croissant de jamón y queso y hablan sobre la gula después de una noche de fiesta. Bocadillos, dulces, pizzas, lo que sea, da igual, cualquier porquería es buena para matar el hambre.
-¿Quieres?
-No, gracias.
-¿Seguro? No está mal, hay suficiente para…
-No, de verdad, sólo quiero llegar a casa y dormir. Sólo eso. Además, ya comí algo hace un rato, un perrito caliente. Pero gracias.
Mis ojos se cierran, ¿recuerdas? Mis párpados eran plomo y siguen siéndolo. Oigo murmullo y risas. Mandíbulas que rumian. Ñam ñam. Y balbuceos y mocos y babas que se estrellan contra el suelo.
20 minutos. La noche avanza a paso lento hacia el amanecer y no puedo hacer nada por evitarlo.

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