Al salir de casa, Román olvida tomarse las pastillas, olvida tomarse las pastillas, olvida. Lleva el dinero justo para dos whiskys con agua; monedas sueltas. Tintineo metálico en el mármol de la barra del cutre bar, tintineo cristalino del hielo al golpear el vaso vacío, el whisky deslizándose… ansiedad, expectación. Su mirada vidriosa y sin vida observa impaciente el final de la operación. Traga. Román traga con fuerza, ahogando su angustia. Olvidó sus pastillas, el mundo, su vida. Bebe y termina su primera copa. Su puño vibrante guarda inseguro el importe de la segunda. El futuro: su segundo whisky del día. Tintineo metálico en el mármol de la barra del cutre bar…
La realidad demuestra que la demagogia, la hipocresía y la ignorancia no son patrimonio de ningún grupo concreto.
sábado, 28 de agosto de 2010
sábado, 21 de agosto de 2010
Te regalan
Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no ñp saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia a comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.
Preámbulo a las instrucciones para dar cuerda al reloj - Historias de Cronopios y de Famas
Julio Cortázar
Julio Cortázar
jueves, 12 de agosto de 2010
El sordo
No había nada mejor que hacer en ese momento, así que F y yo fuimos a tomar unas cervezas. Llegamos al bar. Hacía mucho calor. Estábamos aturdidos así que tampoco la situación sugería mantener una conversación interesante o productiva. Comentábamos el tiempo y esas cosas. Banalidades. Pero la camarera si tenía ganas de hablar, así que inició y llevó el peso de una conversación. Entre tragos cortos de helada cerveza, nos hablaba de su hijo recién nacido, de su perro y lo feliz y contenta que estaba. A F no le interesaba la charla. Se hacía el interesante o el sordo mientras ella habla. Desvía la mirada hacia otro lado en señal de desinterés absoluto. Menosprecia a la camarera por el mero hecho de serlo. Es un imbécil y un presuntuoso que ha construido su imagen sobre una fachada de mentira y egocentrismo. Un niñato de que desprecia sus orígenes, con un apellido sin linaje que actúa como si lo tuviera, creyéndose estar por encima del resto de la humanidad. A veces me resulta muy difícil soportarlo.
La conversación se alarga y él sigue a lo suyo: fumando, distraído. La situación comienza a incomodarme. Me levanto del taburete y saco mi cartera. Pago, nos despedimos y salimos del bar. De camino al trabajo F me comenta:
-Joder, como habla esta tía, que pesada es.
Lo miro a la cara y sonrío cínicamente. Ahora soy yo el que se hace el sordo.
La conversación se alarga y él sigue a lo suyo: fumando, distraído. La situación comienza a incomodarme. Me levanto del taburete y saco mi cartera. Pago, nos despedimos y salimos del bar. De camino al trabajo F me comenta:
-Joder, como habla esta tía, que pesada es.
Lo miro a la cara y sonrío cínicamente. Ahora soy yo el que se hace el sordo.
viernes, 6 de agosto de 2010
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